Concebimos las relaciones entre educación y ética como relaciones complejas, históricas e ideológicas, en las que la ética se entreteje con la educación para impregnarla de un sentido de humanidad y condicionalidad social e histórica que le exige la formación de los sujetos como ciudadanos en la lucha por la realización de proyectos sociales de carácter democrático.
La educación debemos impartirla como un proceso complejo, multidimensional, social, histórico e ideológico orientado a la formación de los seres humanos y, por otra parte, refiere a una noción de ética con sentido equivalente al de “humanidad”, una ética que alude en forma preeminente a la condición de “ser humano”. La educación debe ser en el centro una serie de valores, tales como el de libertad, autonomía autenticidad, dignidad, respeto solidaridad, justicia, democracia y compromiso, entre otros.
Uno de los retos de la educación y de los educadores es cómo enfrentar la labor “adormecedora” de esos procedimientos alienantes (tanto de medios privados como de los aparatos de Estado o gubernamentales. Cómo sacudir a cada uno de los individuos de ese aletargamiento, de esa anestesia que deja a los seres humanos prácticamente sin capacidad de cuestionar, de problematizar lo dado y mucho menos de elegir, decidir, optar. Para ello debemos contar con un valor primordial como lo es la Autonomía que esta íntimamente ligada a la libertad de decisión, de elección, estando esto en la esencia misma del ser humano. 
En la praxis educativa, es vital estimular esta capacidad crítica ante los conocimientos, los textos, las formas de organización y de toma de decisiones. Se trata de promover interpretaciones alternativas del mundo, logrando la creación de condiciones necesarias para que todos participen en la creación y recreación de los significados y los valores. Para ello se requiere un proceso democrático en que todos puedan participar en la deliberación de lo que es importante .
Desde la concepción educativa que mantienen los autores críticos, es indispensable, una formación ética de los educandos, en la que la libertad, el respeto y el derecho a la diferencia constituyan elementos constitutivos de la eticidad y de una formación que los prepara para su “intervención en el mundo” en tanto ciudadanos libres. Lo cual me lleva a reflexionar entre el despertar en que vivimos acerca la metodología de estudio se haga partiendo desde modelos éticos flexibles que permita la autonomía y la libre escogencia de conocimientos en donde la exigencia moral de la práctica educativa busque resaltar personalmente la moral en donde necesariamente intervienen nuestros juicios y valoraciones.
Más allá del derecho a ser tratados con dignidad por la institución pública o privada para la cual trabajamos, a ser respetados como personas. El derecho a una remuneración decente. El derecho, por último, a que se reconozcan y respeten todos los derechos que nos asegura la ley y la convivencia humana y social. Es por ello que nos permite evaluar la relación entre las escuelas y las políticas gubernamentales que nos permitan lograr la dignidad humana destinada a proporcionar condiciones materiales necesarias para el trabajo, el diálogo, la autorrealización y la realización social, para lograr el desarrollo de comunidad siendo independientes y democráticos.
Lo que en mi opinión es soberbio reconocer que la responsabilidad de la práctica educativa vanguardista, tiene una eticidad que le falta a la responsabilidad de la práctica educativa autoritaria, dominadora. Incluso de la práctica autoritaria llamada de izquierda que, en nombre de la justicia
social, reduce a las clases trabajadoras a puros objetos de su acción “salvadora” tal y como se constituye actualmente.
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